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martes, 23 de noviembre de 2010

El Nombre del Viento - 1



[…]

-Bast…- Kvothe lo miró con severidad.
Bast cerró la boca y por un instante pareció que intentaría ofrecer una excusa; pero entonces dejó caer los hombros.

-¿Cómo lo has sabido?

Kvothe rió.
-Llevas una eternidad evitando ese libro. O te has convertido de repente en un alumno excepcionalmente aplicado, o estabas haciendo algo que no debías.

-¿Qué les hacen en la Universidad a los alumnos que escuchan a hurtadillas?- Preguntó Bast, intrigado.

-No tengo ni idea. A mí nunca me pillaron. Creo que obligarte a sentarte y escuchar el resto de mi historia será suficiente castigo. Pero ¡qué modales!- Añadió Kvothe volviéndose hacia la taberna-. Estamos desatendiendo a nuestro invitado.

Cronista estaba cualquier cosa menos aburrido. Tan pronto como Bast entró en la habitación, Cronista había empezado a observarlo con curiosidad. A medida que avanzaba la conversación, la expresión de Cronista iba volviéndose más desconcertada e intensa.

Para ser justos, deberíamos aclarar algo sobre Bast. A primera vista, parecía un joven del montón, aunque atractivo. Pero tenía algo especial. Llevaba unas botas negras de piel blanda, por ejemplo. Al menos, eso era lo que veías si lo mirabas. Pero si lo mirabas con el rabillo del ojo, y si él estaba de pie bajo la sombra adecuada, lo que veías era completamente diferente.

Y si tenías cierto tipo de mente, el tipo de mente que ve realmente lo que mira, quizá notaras que tenía unos ojos extraños. Si tu mente tenía el excepcional talento de no dejarse engañas por sus propias expectativas, quizá vieras algo más en esos ojos, algo extraño y maravilloso.

Es por eso por lo que Cronista había estado mirando con fijeza al joven pupilo de Kvothe, tratando de decidir qué era eso que le hacía parecer diferente. Cuando terminó la conversación entre Kvothe y Bast, la mirada de Cronista podía describirse como intensa por lo menos, por no decir grosera. Cuando Bast se dio la vuelta, Cronista abrió mucho los ojos y desapareció el escaso color de su cara.

Cronista metió una mano debajo de su camisa y se arrancó algo que llevaba colgado al cuello. Lo puso encima de la mesa, tan lejos como alcanzaba su brazo, entre él y Bast. Todo eso lo hizo en unas milésimas de segundo, y sin que sus ojos se apartaran del joven moreno que estaba junto a la barra. El rostro de Cronista reflejaba serenidad cuando apretó firmemente el disco de metal contra la mesa.

-Hierro-dijo. Su voz tenía una extraña resonancia, como si fuera una orden que había que obedecer.

Bast de dobló por la cintura, como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago; estiró los labios mostrando los dientes e hizo un ruido entre un gruñido y un grito. Moviéndose con una velocidad sinuosa y nada natural, se llevó una mano a la nuca y se puso en tensión para enderezarse.

Todo pasó en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, asombrosamente, Kvothe había sujetado a Bast por la muñeca con una mano de largos dedos. Sin notarlo, o sin importarle, Bast se lanzó hacia Cronista, pero se quedó clavado, como si la mano de Kvothe fuera un grillete. Bast forcejeó violentamente para soltarse, pero Kvothe permaneció de pie detrás de la barra, con un brazo estirado, inmóvil como el acero o la piedra.

-¡Quieto!-La voz de Kvothe hendió el aire como un precepto, y sus palabras resonaron en el silencio que se produjo a continuación, furiosas y afiladas.-. No voy a permitir peleas entre mis amigos. Ya he perdido demasiados sin ellas.- Miró a Cronista-. Deshaz eso o lo romperé yo.

Cronista se quedó quieto un instante, impresionado. Entonces movió los labios y, con un ligero temblor, apartó la mano del círculo de metal mate que había puesto sobre la mesa.
La tensión desapareció del cuerpo de Bast, y por un instante quedó lánguido como una muñeca de trapo; Kvothe seguía sujetándolo desde detrás de la barra. Tembloroso, Bast consiguió enderezarse y apoyarse en la barra. Kvothe lo miró a los ojos y le soltó la muñeca.

Bast se dejó caer en un taburete sin dejar de mirar a Cronista.
Se movía con cuidado, como quién tiene una herida reciente.
…Y había cambiado. Los ojos que observaban a Cronista todavía eran de un asombroso azul marino, pero no había ni pizca de blanco en ellos; eran como piedras preciosas, o como una honda charca del bosque. Y en lugar de las botas negras de piel blanda tenía unas elegantes y hendidas pezuñas.


[…]


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