Visitas a este blog

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Algunos Sueños...


Hilo musical: http://www.youtube.com/watch?v=ZsuUHbjXA7Q



Arliss creyó estar durmiendo cuando notó esos dedos fríos recorriendo su espalda.

En las noches de verano, cuando la suave brisa templada o más bien caliente acaricia la piel hace que se perle con gotas de sudor cubriéndolo como un fino velo húmedo, que a la mínima de cambio te hace buscar un resquicio de cambio de viento para que sea aquello lo que te refrigere un poco el cuerpo.

Esta vez, no le hizo falta buscar ese resquicio de cambio de corriente, porque la yema de los dedos, de esos dedos, le creaba pequeños espasmos casi eléctricos que le hacían retorcerse ligeramente entre las sábanas. Aquello hizo que abriera los ojos lentamente y buscara a un lado y a otro de la cama una presencia que no fuera la suya, unos ojos que no fueran los de los cuadros que adornaban su pared y le miraban, críticos y altivos, hipócritas. Pero allí seguía estando solo.

Le costó alrededor de una hora volver a conciliar el sueño, provocando que tuviera que colocarse boca arriba, y eso, no solía hacerlo. Entre la vigilia de los sueños y su realidad, podía oír el leve susurro del viento colándose por los huecos de una persiana de plástico cerrada casi al completo, en ese silencio podía oírse las caricias de las cortinas entre ellas, como dos amantes haciendo algo ilegal.

Fue entonces cuando volvió esa sensación que le había hecho mantenerse en vela cierto tiempo, tiempo que le irritaba aunque sabía que al día siguiente no tenía nada que hacer.

Esas caricias frías, gélidas que le invitaban a derretirse de calor con cada segundo que las consentía. Quiso concentrarse en aquello que, increíblemente, parecía real en su mente.

Distinguió unos dedos huesudos, de uñas largas que se clavaban muy suavemente en su piel, como las de un gato, insistente para alimentarse de la madre. Más allá de esos dedos, percibió el roce de unos cabellos, sedosos, que le traían un olor dulzón, casi sensual y taponaban por momentos sus fosas nasales, pero en el intercambio, él salía ganando.

Una respiración acompasada, que poco a poco iba solapándose con la suya, apenas perceptible para cualquier persona que quizá estuviese despierta. No quería abrir los ojos.
Le gustaba permanecer en ese sueño, pero la tentación de ver aquello que le provocaba que cada pelo de su cuerpo se erizara era mayor que despertar y ver que una vez más,… seguía estando solo.

Tomó la decisión correcta. Fue abriendo lentamente los ojos, y esa sensación rítmica sobre él, que le obligaba en esa posición a mantenerse dócil, obediente, fue tomando formas femeninas. Apenas una silueta entre la oscuridad de aquella habitación que tan bien se conocía, pero que ahora pasaba por alto. Un cuerpo de curvas que le llamaban, unos ojos felinos que le miraban inquisitivamente, quedaba claro que él era la presa de esa noche, de ese momento. Un silencio que le imantaba a no poder dejar de mirarlos. Un silencio que a pesar de ser silencio susurraba su nombre.

¿Y qué podía hacer a parte de dejarse llevar? Llevó sus manos hasta una cintura que en su vida había tocado, o al menos eso él creía, pero que conforme iba ascendiendo parecía haberla torneado él mismo. Una silueta sacada de su subconsciente, creada por un impulso lascivo de su mente para lograr aquello que necesitaba, que anhelaba quizá, una necesidad innecesaria, pero completamente justificada como ser humano. Un par de montes prohibidos de tierra blanda que se moldeaban conforme cerraba sus manos alrededor de la copa. Decidió que no estaba en mal lugar tomar él, el control de aquella situación o acabaría perdiendo los papeles. Pero aquella sombra se lo impedía, y no le hacía falta moverse más de lo que ya lo estaba haciendo, porque pese a no sujetarlo, el cuerpo de Arliss no le pertenecía a él. Se movía por y para los caprichosos movimientos insinuantes de aquella fémina que sin decirle su nombre estaba ahora, absorbiendo cada parte del intelecto masculino, cada neurona se la arrebataba con pequeñas y dulces embestidas, pero sin piedad. Era suyo, eso quedó claro cuando el silencio fue quebrado por un gemido instintivo, casi animal, dócil, que lo volvió a hacerse retorcer ahora de placer en pequeñas convulsiones mientras lograba recuperarse.

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de nuevo.
Las sábanas de su cama estaban revueltas, él no permanecía en el mismo lugar. La persiana seguía estando al límite, evitando que la luz de la mañana lograra colarse cuando llegara su hora. Las cortinas seguían su baile de amantes de media noche ajenas al suceso allí dentro ocurrido.

Porque en realidad,… seguía estando solo.
















Text: LNI
Image: Lady Eff

2 comentarios:

  1. Un relato magnífico, fácil de leer y con una completa complicidad con el lector. Realmente empatizas con él.

    Me ha gustado tanto que he querido disfrutar de él varias veces, como supongo que querría el pobre Arliss con su felina visita nocturna: volverla a sentir.

    Enhorabuena Niña Imantada.

    ResponderEliminar
  2. La música es solo eso, hilo, porque el cuento se sostiene solo.

    ResponderEliminar