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miércoles, 13 de octubre de 2010

Nunca llueve demasiado.


… Esta noche llueve, y yo, me siento parte de ella. Me resultaría difícil explicar qué clase de conexión siento cuando acontecen estos días. Que en su mayoría son Otoñales, tiempo de brujas.

Dejo que me invada el chasquido de cada colisión acuática al romperse en mil pedazos con el soporte sólido de una barandilla de balcón. O contra un cristal, contra una mesa, silla, contra el asfalto, contra la bombilla de la farola que ilumina el callejón. Oigo todo, más y mejor.

La inspiración brota al mismo nivel que un instinto animal que me hace ronronear en la oscuridad. Porque en esas noches no hay cabida para más luz que no sea la de una vela, quizá dos.
El olor a tierra mojada llama, leños quemando.
Y esa necesidad de desgarrar la ropa nace desde el más profundo anhelo animal, puro.
“Largo es el camino que recorre el peregrino por causa de su devoción”.

Se siente esa conexión extraña, te sientes diferente. Es gracioso ser consciente de cómo todos tus sentidos se agudizan, es muy gracioso. La sangre de alguna manera te hierve, pidiéndote cosas que durante el resto del año están aletargadas, y en ciertos momentos desterramos hacia las sombras, y curiosamente esas son las sombras que posteriormente nos dan miedo.

Pero no en ese momento las adoras y las necesitas. Aguardan con aquellas cosas que almacenaste a lo largo de ese año artísticamente sabático. Esperan, como si fuera el primer día, para abrazarte y untarte en una sensación que desearías que jamás te abandonara. Pero debes aprovecharla.

Sigue lloviendo. Notas unas manos furtivas rozando tu piel, dejas que eso suceda, porque tu piel quiere, tu mente también. ¿Animal visceral? Puede que a fin de cuentas todos lo sean.
Puede que a fin de cuentas todos lo seamos.
Pero estaría bien que recordáramos que no todos los animales son iguales.
Que los grandes se comen a los pequeños.


*Y tú,… ¿Qué animal eres?

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